martes, 20 de diciembre de 2011

EL CLARO DEL ENCUENTRO ORIGINARIO

   Lo que llamo el claro del encuentro originario es como la estela que deja la nave al traspasar el mar: luego se cierra. He mostrado a Nausikaa, a Miranda, a la hija del rey meláncólico, he comentado por años el encuentro de Romeo y Julieta y he escrito muchos poemas. Algunos van aquí de novio el primero y de recién casado como siguien el capítulo V de los PROVERBIOS:

                                        





              NUBES

Las nubes se deslizan
Los secretos caminos del invierno
Los fuegos que se atizan,
El don: el amor tierno
Y el tiempo que nos liga en pacto eterno.

Las tardes en “Belgrano”,
Los años juveniles, vigorosos
Tomados de la mano
Bajo árboles frondosos:
Vivimos como en bosques soledosos.

El claro nos hería,
Su luz, su vida aquí, en la belleza,
Su mano nos unía,
Sin verlo en la pureza
Del alma que se eleva cuando reza.

Y cada tarde fuimos
Como en un globo hasta las nubes suaves,
Con inspirados mimos,
Rimando con las aves,
Llevados por los vientos como naves



Y la pasión entera
Pulsada por la dulce primavera.

Entonces me entregaste
Tu secreto interior entre gemidos
Y grave me abismaste
Llevando mis sentidos
Más allá de los mares conocidos.

¡Oh éramos Romeo
Y Julieta en la flor de nuestros días!
Hoy se oye el jubileo,
Profundas melodías
Que nos abren la herencia de Tobías.

Las nubes delicadas
Nos invitan a gozar la luz del cielo.
Subiendo por las gradas
Asciendo desde el suelo,
“aparta ya tus ojos voy de vuelo”.





LOS CUATRO SONETOS de nuestra llegada al campo

                 PENÉLOPE

Tus ojos glaucos como de Atenea
Miraban hacia el horizonte arcano
tomando la columna con la mano
siguiendo a un ave rara que planea


e indica aquel lugar donde se vea
la sede afín al habitar cercano
en un lugar del mundo tan lejano
que solamente allí la luz luz sea.



Por eso entonces fuimos transparentes
sencillos y de todo despojados
viviendo en ese día los presentes

regalos que nos fueran entregados:
el sol que enrojecía con hirientes
saetas las montañas y los prados.


                    OIKOS


Tú entonces te ocupabas de la casa
y yo ganaba horas en la huerta
y estaba del avance siempre alerta
del agua que llenaba al fin la taza

del árbol y al leudado de la masa
del pan en nuestra ermita tan desierta
donde lucía una morada abierta
a una fértil soledad que arrasa

Las cosas sucesivas y las vuelve
presentes en su pura sinfonía,
justicia original que las absuelve.


Entonces cómo eras te veía
en ese paraíso que hoy envuelve
el más acá, la simple cercanía.
         








           CONSONANCIA

¡Y cómo me llegaba tu mirada
en los espacios puros despejados
por alas solamente transitados
inmerso en esa plenitud dorada!

En esa tan temida y pura nada
fuimos con la inocencia así amparados
de seres simplemente enamorados
en una original unión sagrada.

¡Y cómo tus palabras me llegaban,
y cómo me embargaban mis sentidos!
en medio del silencio acariciaban


rimando con los más puros sonidos,
pues montes de algarrobos nos rodeaban,
entre miles de pájaros perdidos.


      TETELESTHAI

Tuvimos la esperada chimenea
y la cocina antigua crepitaba,
el puchero de rabo allí cantaba
y el guiso, la completa panacea.

No sé si habrá quien esto fácil crea
El ingenioso hidalgo nos bastaba
y radio nacional nos educaba
y frente al fuego, Eumeo en la Odisea

La historia de Abraham al fin leímos
bajo el inmenso cielo palpitante
en donde estremecidos comprendimos

 la bendición expresada en un instante:
 “benditos han de ser”: los que nacimos
 y los que han de nacer en adelante.

¡Oh Señor protege lo que me diste y enseñaste en tus Escrituras!

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